Lupercio Leonardo de Argensola.

Lupercio Leonardo de Argensola (Barbastro – Huesca ), 14 de diciembre de 1559 - Nápoles, 1613) fue un poeta, historiador y dramaturgo español.
Destaca por su obra poética, de corte clasicista, y por ser uno de los iniciadores del teatro clásico español, adscribiéndose a la escuela renacentista de fines del siglo XVI, con sus dos tragedias conservadas “Isabela” y “Alejandra”, escritas en su juventud.
Su poesía fue reunida y publicada por su hijo Gabriel junto con las de su hermano, el también poeta, Bartolomé, con el título de Rimas. Cronista del Reino de Aragón, publicó obras sobre las Alteraciones de Zaragoza y continuó la labor de los Anales de la Corona de Aragón, con adiciones a dicha obra, escrita por Jerónimo Zurita.
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Biografía

Fue el hijo mayor del matrimonio entre Juan Leonardo, descendiente de italianos, y de Aldonza Tudela de Argensola, de la nobleza catalana. Su padre llegó a obtener la secretaría de Maximiliano II. No poseemos datos acerca de su educación, aunque ésta debió de correr a cargo de algún religioso en Barbastro o en Huesca.
Cursó estudios de Filosofía y de Jurisprudencia en Huesca y de Retórica e Historia en Zaragoza con Andrés Scoto y Simón Abril (conocido traductor de Aristóteles y de Plauto), finalizados éstos, se trasladó a Madrid, donde concurrió a academias poéticas y adoptó el seudónimo de «Bárbaro», jugando con el nombre de Mariana Bárbara de Albión, con quien se casó en 1587. Fue un gran latinista, gran lector de los clásicos, sobre todo de Horacio, aunque también leía a los satíricos Marcial, Juvenal y Persio.
Marchó a Lérida en 1582 para saludar a su padre, que viajaba en el séquito de doña María de Austria, viuda de Maximiliano II. En estos años debió de escribir sus tres tragedias, elogiadas por Cervantes en el Quijote: Filis, Isabela y Alejandra. En 1586 entró al servicio de don Fernando de Aragón y Gurrea, quinto duque de Villahermosa, de quien fue nombrado secretario; ejerciendo este cargo tuvo que escribir varias cartas dirigidas por el duque y el conde de Aranda a Felipe II, con ocasión de las alteraciones ocurridas en Aragón por la huida del ex secretario de Felipe II Antonio Pérez. Incluso años más tarde el propio Lupercio redactó una Información sobre esos sucesos. A la muerte del duque de Villahermosa ocupó la secretaría de la emperatriz María de Austria. Fue nombrado Cronista mayor del Reino de Aragón en 1599, cargo que ocuparía hasta su muerte.


A la muerte de la emperatriz en 1603, abandona la corte para marchar a residir a su quinta de Monzalbarba, un pueblo de los alrededores de Zaragoza. Los Diputados de la Generalidad del Reino de Aragón publican el nombramiento de Lupercio Leonardo de Argensola como Cronista mayor del Reino de Aragón, con una asignación de cuatro mil sueldos anuales a cargo del Impuesto de Generalidades. En este momento empezó a redactar una “Historia general de la España Tarraconense”. Al igual que su hermano, sintió cierta predilección por la historia, y pretendió escribir unas “Preheminencias regias” y traducir los “Anales” de Tácito. En 1608, el conde de Lemos, nombrado virrey de Nápoles, le ofreció el cargo de secretario, cargo en el que fue sucedido por su hijo Gabriel. En 1610 partió para Nápoles, donde fue uno de los fundadores de la Academia de los Ociosos.  Sin embargo una repentina enfermedad le provocó la muerte, en Nápoles, en 1613.
Amante de los clásicos, como su hermano Bartolomé, admiró sobre todo a los poetas Horacio y Marcial. Su lírica se caracteriza por su raigambre clasicista y un carácter moralizante. Escribió sonetos, tercetos, canciones, epístolas y sátiras. Sus obras poéticas (cuyos manuscritos —según cuenta su hermano— quemó el propio Leonardo) fueron recogidas por su hijo y publicadas en 1634 junto con las de Bartolomé con el título de Rimas de Lupercio y del doctor Bartolomé Leonardo de Argensola.
Compuso también las tragedias Filis (que no se ha conservado), Alejandra e Isabela, que fueron elogiadas por Cervantes (Quijote, I, XLVIII), que datan aproximadamente de 1580. Consideraba inmorales las comedias de la época. Para él la poesía debía ser vehículo de la Filosofía Moral.
Como cronista escribió una Información de los sucesos de Aragón en 1590 y 1591, documento histórico basado en los disturbios ocurridos con motivo de haberse refugiado Antonio Pérez en Aragón.

Obra poética
Lupercio no publicó su obra lírica e, incluso, llegó a quemar sus versos en Nápoles. Fue su hijo, Gabriel Leonardo, el que las publicó junto a las de su hermano Bartolomé, en Zaragoza, en 1634. En esta edición se imprimieron 94 poemas de Lupercio, aunque su producción es más amplia. Las ideas poéticas de Lupercio se basan en la creencia de que la creación literaria debe ir unida a la ética y a la moral. Al igual que sucede con su hermano, su máximo modelo es Horacio; de él toma el concepto de que el poeta debe limar mucho lo que escribe: “Lean mucho, escriban poco, amen borrar mil veces cada palabra, que por no hacerlo así los poetas de su tiempo, dice Horacio que erraban”.
Los temas de su poesía están presididos por la preocupación por la decadencia y el paso del tiempo, aunque para combatirlo recurre a un pensamiento fundamentalmente estoico que se puede observar incluso en su poesía amorosa, siempre exenta de sensualismo, como los que comienzan «Dentro quiero vivir de mi fortuna», o el titulado «AL SUEÑO», que comienza con el verso «Imagen espantosa de la muerte». Sin embargo, la tradición petrarquista del siglo XVI le lleva a tratar el amor desde un punto de vista neoplatónico o satírico a modo de ejercicios de estilo. Sin embargo, en las canciones, el tono horaciano eleva frecuentemente el tono.
De gran perfección clásica es el soneto «La vida en el campo» donde se aprecia el tono neoestoico y se trata el tema del Beatus ille de Horacio.
También mostró un gran dominio de la poesía satírica, teniendo entre sus modelos a Persio, Juvenal y sobre todo, al bilbilitano Marcial. La «Epístola a don Juan de Albión» (1582), es una alabanza de la aurea mediocritas que pasa revista crítica a distintos tipos de la sociedad barroca. Utiliza en su justa medida el lenguaje coloquial y el dicho popular; en sus propias declaraciones afirma escribir sátiras generales contra vicios, no contra personas. Un ejemplo de soneto satírico lo tenemos en el que comienza «Esos cabellos en tu frente enjertos», contra la engañosa juventud hipócrita, habitual entre los temas del desengaño barroco.
Compuso también poesía religiosa y de circunstancias, que no albergan mayor interés, salvo los tercetos de la «Descripción de Aranjuez», que fueron admirados por Azorín. Tradujo también seis odas de Horacio de modo ejemplar.
Lope de Vega dijo de los Argensola: “Parece que vinieron a Aragón a reformar en nuestros poemas la lengua castellana, que padece por novedad frases horribles, con que más se confunde que se ilustra.”
Por lo que se refiere a su estilo, está caracterizado por la sencillez sintáctica y estilística, el clasicismo y la escasez de cultismos. Muestra una gran sobriedad en el uso de adjetivos coloristas o sensuales. Se opuso a Góngora y a las comedias de Lope, llegando a escribir en 1597 un Memorial a Felipe II contra la representación de las comedias, en el que demuestra, según José Manuel Blecua, “una cierta incapacidad para la comprensión del fenómeno teatral, puesto que casi no distingue entre realidad y fantasía”, llegando incluso a sugerir la necesidad de prohibir los Autos sacramentales, “porque [los actores] en su vestuario están bebiendo, jurando, blasfemando y jugando con el hábito y forma exterior de Santos, de Ángeles, de la Virgen Nuestra Señora y del mismo Dios”.
Sus poesías pueden dividirse en tres grupos: poemas amorosos, morales y satírico-burlescos, y de circunstancias y traducciones. En las poesías amorosas, Lupercio sigue la tradición de la filografía neoplatónica con rasgos petrarquistas, pero en algunos de estos poemas se mezclan temas barrocos como los de las ruinas, la vida y la muerte. Blecua afirma que la filografía de Argensola procede de Castiglione o de Bembo. Los poemas de este grupo están llenos de alusiones mitológicas. Las amadas reciben los nombres típicos de la poesía de la época: Filis, Cloris, Laura, Galatea, Amarilis, Flérida.
En la descripción de la belleza femenina sigue los tópicos de la época apoyados en la doctrina platónica de un amor intelectual; así afirma que la causa de su amor por Ana no es la belleza física, sino la espiritual:

“Tu alma, que en tus obras se trasluce,
es la que sujetar pudo la mía
porque fuese inmortal su cautiverio”.

Sus poemas amorosos, al igual que el resto de su poesía, se caracterizan por su perfección técnica; José Manuel Blecua la define por su antisensualismo, hasta en las imágenes y comparaciones, su huida de un lenguaje que había cristalizado en tanto poema renacentista, y el hallazgo de temas y situaciones muy originales, aparte de la mezcla con otros temas.
El segundo de los grupos en los que su hijo dividió sus poemas comprende los morales, los satíricos y los burlescos. Los temas morales que se reiteran en su poesía son los habituales de su época: la providencia, el premio y el castigo, la Fortuna, el dominio de sí mismo, el desprecio de la riqueza, vida retirada. En estos poemas es indudable la huella de Horacio; ejemplos tenemos en “Vuelve del campo el labrador cansado” o el más famoso de ellos: “Llevó tras sí los pámpanos octubre”.
Los poemas satíricos presentan las mismas preocupaciones e influencias que las señaladas en la poesía de su hermano Bartolomé Leonardo de Argensola: Horacio, Persio, Juvenal y Marcial. También aparecen muchos de los temas tratados por otros satíricos de los siglos XVI y XVII: los borrachos, los lascivos, los aduladores, los lindos, etc. Esta galería de tipos aparece en su epístola a don Juan de Albión, en la que afirma su incapacidad para improvisar y el trabajoso esfuerzo que le costaba escribir: “pues para hacer un verso, y ese manco, / primero he de sudar por cada poro”.
En la epístola a la que Green denegó la influencia horaciana se citan una gran cantidad de autores clásicos: César, Aristófanes, Terencio, Suetonio, etc. El poema termina con una llamada a los jóvenes de su época para que abandonen los vicios contemporáneos y vivan a la manera heroica de sus abuelos:

“Haré ver con vergüenza a mil mozuelos
que viven de sí mismos satisfechos,
cuán diferentes eran sus abuelos”.

Otra sátira importante es la dirigida "A Flora", en la que pinta de una manera magistral a las rameras, a las que se describe con rasgos grotescos y deshumanizadores. Se han conservado algunos de los sonetos satíricos que escribió, en los que aborda los mismos temas barrocos: la alcahueta, el casamiento engañoso (“¿Quién ha visto un casamiento sin engaños?”) o los cabellos prestados (“Esos cabellos en tu frente enjertos”).
En el grupo de poemas de circunstancias se encuentran una serie de composiciones de tema religioso; así los tercetos al traslado de las reliquias de san Eufrasio a Andújar o los escritos con motivos de justas y certámenes, como los dedicados a san Diego de Alcalá o a san Lorenzo; todos ellos presentan, en palabras de José Manuel Blecua, “los mismos caracteres de falta de intimidad con la retórica al uso”. De estos poemas religiosos destaca la canción "A la Asunción de Nuestra Señora".
Otros poemas de circunstancias son los elogios que figuran al frente de los libros de Martín de Bolea, Juan Rufo o Cristóbal de Virués. De este grupo destaca el escrito para el libro Aranjuez del alma, de fray Juan de Tortosa, en el que se hace un elogio de Felipe II y de su hija. Por último, Gabriel Leonardo colocó al final de su edición las traducciones de seis odas horacianas, de las que la más citada es la del "Beatus ille" (“Dichoso el que, apartado / de negocios, imita”).

Teatro

A la primera mitad de la década de 1580, Lupercio Leonardo de Argensola escribe tres tragedias, Filis, Isabela y Alejandra, de las que la primera no ha llegado a nuestros días. Se trata de tragedias cristianas, de carácter moralizador, cuyos modelos son griegos. Se hallan divididas en cuatro actos pero carecen de coro y de respeto a las unidades neoaristotélicas de tiempo, lugar y acción. Además Lupercio usa de la polimetría y, en general, remiten a la escuela dramática valenciana de fines del siglo XVI.
La tragedia Isabela sitúa la acción en la Saraqusta del siglo XI, y dramatiza las persecuciones de los mozárabes por parte del rey moro Alboacén, que remiten, a su vez, a las de Daciano a Santa Engracia y a los «innumerables mártires» de Zaragoza del siglo IV. Se ha pensado que la obra es una denuncia del integrismo religioso y la persecución y expulsión de los moriscos de la época contemporánea a Lupercio.
La Alejandra se sitúa en el antiguo Egipto, y critica la vida de la corte, en consonancia con el tópico del «menosprecio de corte». Sobre sus tragedias, Aurora Egido plantea la tesis de que Lupercio muestra cómo el mal gobierno de los reyes «conduce a su propia desgracia y a la de todos sus súbditos, incluidos los inocentes».
Se trata de un teatro de buena factura en el lenguaje y los diálogos, que usan una variada polimetría, aunque carecen de la vigorosa acción dramática de las de Lope de Vega, anteponiendo el relato de los hechos y el debate de ideas, a las acciones. Aunque Cervantes indica que fueron admiradas por el pueblo de Madrid en su representación, siendo además modélicas en su respeto a los preceptos aristotélicos, solo se sabe con seguridad que Isabela fue representada en Zaragoza entre 1579 y 1581 con éxito de público.

Dentro quiero vivir de mi fortuna.

Dentro quiero vivir de mi fortuna
 y huir los grandes nombres que derrama
con estatuas y títulos la Fama
por el cóncavo cerco de la luna.

Si con ellos no tengo cosa alguna
común de las que el vulgo sigue y ama,
bástame ver común la postrer cama,
del modo que lo fue primer cuna.

Y entre estos dos umbrales de la vida,
distantes un espacio tan estrecho,
que en la entrada comienza la salida,

¿qué más aplauso quiero, o más provecho,
que ver mi fe de Filis admitida
y estar yo de la suya satisfecho?
Lupercio Leonardo de Argensola

Al sueño.

Imagen espantosa de la muerte,
sueño cruel, no turbes más mi pecho,
mostrándome cortado el nudo estrecho,
consuelo solo de mi adversa suerte.

Busca de algún tirano el muro fuerte,
de jaspe las paredes, de oro el techo,
o el rico avaro en el angosto lecho
haz que temblando con sudor despierte.

El uno vea popular tumulto
romper con furia las herradas puertas,
o al sobornado siervo oculto;

el otro, sus riquezas descubiertas
con llave falsa o con violento insulto:
y déjale al Amor sus glorias ciertas.
Lupercio Leonardo de Argensola


A la esperanza.

Alivia sus fatigas
el labrador cansado
cuando su yerta barba escarcha cubre,
pensando en las espigas
del agosto abrasado
y en los lagares ricos del octubre
la hoz se le descubre
cuando el arado apaña
y con dulces memorias le acompaña.

Carga de hierro duro
sus miembros, y se obliga
el joven al trabajo de la guerra.
Huye ocio seguro,
 trueca por la enemiga
su dulce, natural y amiga tierra;
mas cuando se destierra
o al asalto acomete
mil triunfos y mil glorias se promete.

La vida al mar confía,
y a dos tablas delgadas,
el otro, que del oro está sediento.
Escóndesele el día,
y las olas hinchadas
suben a combatir el firmamento;
él quita el pensamiento
de la muerte vecina,
y en el oro le pone y en la mina.

Deja el lecho caliente
con la esposa dormida
el cazador solícito y robusto,
sufre el cierzo inclemente,
la nieve endurecida
y tiene en su afán, por premio justo,
interrumpir el gusto
y la paz de las fieras
en vano cautas, fuertes y ligeras.

Premio y cierto fin tiene
cualquier trabajo humano,
y el uno llama al otro sin mudanza;
el invierno entretiene
la opinión del verano,
y un tiempo sirve al otro de templanza.
El bien de la esperanza
solo quedó en el suelo,
cuando todos huyeron para el cielo.

 Si la esperanza quitas,
¿qué le dejas al mundo?
Su máquina disuelves y destruyes;
todo lo precipitas
 en olvido profundo,
y del fin natural, Flérida huyes.
Si la cérvix rehúyes
de los brazos amados,
¿qué premio piensas dar a los cuidados?.

Amor, en diferentes
géneros dividido,
él publica su fín y quien le admite.
Todos los accidentes
de un amante atrevido
(niéguelo o disimúlelo) permite.
Limite pues, limite
la vana resistencia;
que, dada la ocasión, todo es licencia.
Lupercio Leonardo de Argensola


Esos cabellos en tu frente enjertos"

Esos cabellos en tu frente enjertos
(por más que disimules y los rices)
en otros cuerpos dejan las raíces,
y por ventura en otros cuerpos muertos.

¿Por qué pueblas, o Gala, los desiertos
de la Libia? ¿Por qué con tus barnices
ofendes nuestros ojos y narices,
cual si viesen sepulcros descubiertos?

Que aunque vuelvas a ser la que solías,
no puedes competir con Galatea;
oye, verás si la ventaja es poca:

en ti son años los que en ella días;
está en duda si el tiempo la hará fea,
y está en verdad que nunca la hará loca
Lupercio Leonardo de Argensola







1 comentario:

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– Contra hidalguía en verso -dijo el Diablillo- no hay olvido ni cancillería que baste, ni hay más que desear en el mundo que ser hidalgo en consonantes. (Luis Vélez de Guevara – 1641)

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