Francisco Umbral y El Quijote.



                Dice un certero proverbio español: “Ni quito ni pongo rey, solo sirvo a mi señor”. Certero proverbio cuyo origen se encuentra en la muerte del Rey Pedro I de Castilla y que revela el problema existencial del español frente al mundo. Muchas interpretaciones se pueden aplicar al caso, mas entre ellas prefiero la consideración que, frente a dialécticas contrapuestas, el hombre español las envía a paseo para cumplir con su obligación. Aprovecho la ocasión para enlazar con los textos evangélicos que recuerdan aquello de que allí donde tengas tu tesoro, tu señor, tu fe, allí tendrás tu corazón.
                Esa es la realidad del individuo que manda al carajo a los que se oponen entre sí para cumplir con su ley, su esperanza, su devoción. Es, desde punto de vista altruista, cumplir la ley sin fijarse en quienes son
los oponentes, en vivir la realidad plenamente, pese a quienes nos niegan ese derecho, que no es ni más ni menos que vivir la vida de una manera pasional. Pasión en el corazón, sangre en las venas, sueños por cumplir, aventura por conquistar sin importar obstáculos, ni edad, ni oponentes. Bendita locura del cuerdo más cuerdo de todos los tiempos.
                Recojo, y al mismo tiempos rescato para internet, el prologo que Francisco Umbral realizó a un versión del Quijote, nuestra Biblia nacional, nuestra pasión inmortal, y que probablemente fue escrita con anterioridad a la edición que señalo a pie de página, pero que resulta tan interesante como vital. Vital por un protagonista, que en la vejez de la época, se lanza a desfacer entuertos, vital por un autor, que pese a burlas y fracasos, se lanza a la conquista de una genialidad literaria que traspasa fronteras.
                Esa es la gesta heroica de lo español, partir, con apoyo o sin apoyo de gobernantes, a la conquista de otros mundos; que confunde castillos con ruinosas ventas; que se enfrenta a gigantes que no son más que mediocres molinos de viento, o tal vez se queden en molinillos de café.

Escribe Francisco Umbral:

“Hay una frase de Voltaire sobre el Quijote que me parece la más inteligente glosa al libro cervantino y a la verdadera personalidad del hidalgo manchego. Dice el Voltaire ya maduro: “Yo, como don Quijote, me invento pasiones sólo para ejercitarme”.
                La ocurrencia es bella y melancólica referida al propio Voltaire, pero es absolutamente reveladora referida a Don Quijote. Don Quijote nunca hemos creído que estuviera loco, pero nadie mejor que Voltaire ha denunciado jamás su lucidez. Llegado a la cincuentena (que era mucho para un hombre de la época), Alonso Quijano decide que hay que pegar el salto, que ha empezado para él la vejez, que empieza a ser un hombre desapasionado (salvo las pasiones vicarias de las novelas) y que necesita “inventarse” (hoy diríamos incentivar) las pasiones que ya no siente, o sólo de manera muy tibia. A tal pasión responde el sueño de Dulcinea, que es suficientemente vagarosa y gentil como para mover a un caballero, pero no ya a un amante. Asimismo, los sueños de aventura, gloria, combate, justicia y otras noblezas. Alonso se inventa la vida que nunca ha tenido o que le va faltando. Y creo que ésta es la más profunda enseñanza del libro, con permiso de los cervantistas, y que sólo Voltaire la vio. El hombre ha de estar siempre inventándose pasiones, desde las primeras, que no lo serán si las deja en “pecados de juventud”.
                En esto sí que es España quijotesca, y no en otros tópicos, España se inventa la pasión del Imperio, la pasión de América, la pasión de la Fe, la pasión del honor y la honra, la pasión de Europa e incluso la pasión de la propia España, que empieza a llamarse así antes de existir. Los grandes soñadores españoles, de Fernando de Aragón al Duque de Alba, de Hernán Cortés a Francisco de Quevedo, han mantenido el país vivo, han sido otras tantas ruedas humanas moviendo la maquinaria de una nación, primera en el tiempo de la Modernidad.
                Y el propio Quijote es una pasión tardía de Cervantes, un soldado pobre, fracasado literariamente, que decide jugársela todo a un gran libro, a una gran ambición frente a la burla de su generación, Lope, Góngora, Calderón, Quevedo: nada, nadie. Toda nuestra Historia está hecha de sueños tardíos y gloriosos. De ahí ese relente de cosa pasada que a veces tiene España. Los españoles, en un país lontano y aislado, tienen que inventarse pasiones para ejercitarse. Y para llegar realmente a ser españoles. Pasiones que suelen ser disparates, como el disparate de América, como el disparate de Europa y otros disparates de Juan de Austria, el de Alba, Pizarro, Las Casas, la España defendida de Quevedo, el disparate rectilíneo del Escorial, réplica a todo nuestro gran Barroco, y a su vez el disparate del Barroco decadente, entre Berruguete y el XVII. Hoy se sabe que a un cón o constante de España es el barroquismo, ese paso más allá del gótico que se da aquí, o el barroquismo del Quijote, un danzón afortunado entre la retórica renacentista del hidalgo y las molduras verbales que son los refranes de Sancho, y que todavía encontramos en Cela. Por no seguir con el barroco colonial de América, disparate de plurales Andalucias repartidas que levantan la arquitectura de la Fe, y de las que ha quedado menos la Fe que la arquitectura.
                El Quijote es nuestra Biblia nacional no por la militarización a que se le ha sometido tanto tiempo, sino, muy al contrario, porque es el continuo disparate barroco de los molinos, los yangüeses, los leones, los batanes y, sobre todo, el ejemplo máximo de un viejo que se inventa pasiones para ejercitarse, para no morir.
                Cuando el hidalgo vive todo lo que no había vivido, entonces es cuando decide retirarse y morir. Llenó su vida de tantos disparates que, de pronto, ya se sabía protagonista del libro que estamos leyendo. Gran modernidad de Cervantes, el personaje vuelto sobre sí mismo. Y no es que haya que ejercitarse en la vejez, inventarse pasiones nuevas, sino que en toda edad está vivo el hombre, el pueblo que se inventa pasiones –la pasión de la libertad, la pasión de la democracia–, y a España, tan inventona, la han privado de ejercitarse durante muchos años. Como Cervantes que lo hizo y como Voltaire que lo aprendió, hay que inventarse la pasión política o vital de cada día, pues la Historia no la hace el tiempo, sino los pueblos apasionados.”
Francisco Umbral.
Extraído del prólogo a Don Quijote de la Mancha, Unidad Editorial SA (El Mundo) publicado en 1999. Colección Millenium. 

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