ROMANCE MORISCO
Guillén
de Castro (1569–1631)
Poco
después que la aurora
tras su
enemiga llegase,
parte
Febo del Oriente
y Gazul
furioso parte
del
Albaizin de Granada;
y no
furioso de balde,
pues con
ajenas mentiras
escurecen
sus verdades;
en un
caballo morcillo,
a quien
mandó que adrizasen
de monte,
porque en los montes
piensa
reparar sus males.
No sale
como otras veces
galán,
porque fiero sale,
sin
gallardete en la lanza,
sin
plumas en el turbante,
sin
guarnecer la marlota,
y el
capellar semejante;
sin lazo
los borceguies,
sin dorar
los acicates.
Va tan
colérico el mozo,
que por
los ojos le salen
vivas
centellas de fuego,
entre
lágrimas de sangre;
de Zaida
se va quejando
y de
Zulema el alcaide,
de sus
parientes y amigos,
de todos
cuantos le valen
y le
ayudan con las lenguas,
y quizá
porque no saben
que para
cortarlas todas
trae
afilado su alfanje.
A voces
iba diciendo,
tan bravo
como arrogante:
ya se
acabó mi paciencia,
ya no hay
paciencia que baste,
guárdense
los que me ofenden,
y dígoles
que se guarden,
porque a
mas de ser quien soy,
no hay
ofendido cobarde.
Bien
sabes, morillo triste,
como te
igualo en linaje,
y que en
valor de personas
hay muy
pocos que me igualen.
Bien
conoces lo que valgo,
y sabes
que sé vengarme,
y que me
ofendes también,
y que he
de matarte sabes.
No
pareces a mis ojos,
imagino
que lo haces
porque
con mirarte solo
fuera
posible acabarte;
pero
advierte, moro triste,
que es imposible
escaparte,
que ya te
busca Gazul,
huye
lejos, guarte, guarte;
huye con
tiempo si puedes,
y mira no
acuerdes tarde,
y
advierte que huyan también
tus consejeros
infames,
que pues
me ofendieron todos,
haré
porque no se alaben
que mi
mengua con sus vidas
a un
mismo tiempo se acaben.
Que si el
fuego de mi pecho
se lleva
volando el aire,
ha de ser
segunda Troya
Granada y
sus arrabales.
|Ay,
Zaida, infame enemiga!
mejor
dijera mudable,
mas pues
me infama tu gusto
bien
puedo llamarte infame.
¿Qué te
ha movido, cruel,
a
quererme y adorarme
para
olvidarme tan presto,
afrentarte
y afrentarme?
No siento
el ver que me dejas,
pues me
honras con dejarme,
mas que
falsa te perjures
y
fementido me llames.
Esto el
alma me lastima
y en mis
entrañas esparce
un
rejalgar, un veneno,
compuesto
de mis pesares.
— Esto
dijo, y un suspiro
acabó sus
libertades;
y en un
campo del camino
muy poco
espacio distante,
ligero se
apea y sienta
entre
verdes arrayanes,
porque
descanse el caballo
y pensamientos le cansen.
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