En la villa de Roma, gran ciudad
de cristiandad maestra y fiel señora,
dos hermanos de gran autoridad
ejercían el poder sin ver la hora
que a todos llega sin tener piedad.
La vida es efímera y seductora
y tan fugaces son poder y fama
como lo es el pábilo de una llama.
Al religioso Pedro le llamaban
que llegó a ser cardenal sabio y noble,
un gran hombre al que todos admiraban,
pero su comportamiento era doble
y su avaricia todos ignoraban,
al esconder un cofre bajo un roble.
Que si a pobres caridad predicaba,
como un avaro riquezas guardaba.
Llamaban Esteban al otro hermano,
hombre público, llegó a senador
de gran prestigio entre el pueblo romano;
hombre cruel, falaz y muy vividor,
con la mentalidad de un publicano
de bienes públicos desfalcador.
Solo a los de su partido ayudaba
y al resto perseguía y condenaba.
El senador era tan codicioso
que al hermano en avaricia ganaba,
impidió que a San Lorenzo glorioso
un hospital de pobres levantara
y que se edificara, en parque hermoso,
ermita que a Santa Águeda adorara,
que ninguna propuesta respetaba
si a su bolsillo nada le aportaba.
Murió el cardenal don Pedro el honrado,
y en el purgatorio fue recibido
como premio por su doble pasado.
Un mes después siguió al fallecido
su hermano Esteban, que también finado
esperaba su juicio merecido,
al que temía porque imaginaba
que muchos pecados acumulaba.
Lorenzo lo atrapó cuando lo vio
y le apretó el brazo tan fuertemente
que a su pesarosa alma le dolió
como si le arrancaran ferozmente
cada parte del cuerpo que vivió
y del cual disfrutó inconscientemente.
Mas por doler lo que más le dolieron
son críticas que del santo salieron.
Vino Santa Águeda, a quien hurtó el
huerto
donde allí pensaban se construyese
una ermita que no llegó a buen puerto
y cuando lo vio era como si viese
a un hombre tan mezquino, torpe y tuerto
que nada recoge aunque se le diese.
El mayor ciego es quien no quiere ver
que la vida es más que lujo y poder.
Dios Nuestro Señor, Juez justo y certero
condenó tan ingrata compañía
que jamás ofreció amor verdadero
cometiendo, con gran alevosía,
falsas promesas de vulgar ratero,
que crímenes comete al huir el día,
pues con sus intereses protegiendo
jamás dudó estar al pueblo mintiendo.
Los diablos de su alma se apoderaron
que son, en el infierno, cumplidores
de los castigos que en vida ganaron
cuantos presumieron de pecadores,
que mataron, robaron o engañaron,
almas puras de inocentes candores,
arrastrándolas al triste dolor
del que siente su vida sin amor.
Vio a su hermano con otros pecadores
mientras era arrastrado a la posada
donde entre gritos, llantos y sudores,
su alma sería por siempre encerrada
y atormentada por los servidores,
que así pagaban su vida pasada,
pues toda acción tiene su reacción
y el mal merece su condenación.
- Hermano, preguntarte yo quisiera,
–le requirió Esteban desconsolado-
cómo es que llegaste a tierra tan fiera
sin respetar tu atuendo purpurado.
Hombre cabal, de palabra certera
jamás mal pudo haber aconsejado
que sabe la virtud sacerdotal
atraer el bien y alejar el mal.
Pedro contestó que gran avaricia
tuvo en vida y todo lo que ganaba
en cofre lo guardaba y escondía
bajo un roble donde lo atesoraba,
sin ver al pobre que al lado vivía;
y nada repartía, nada daba;
que si la codicia en hombre es pecado
en un religioso se ve aumentado.
Mas si el Colegio Apostólico ordena
por mi alma se haga misa cada día,
durante un mes, la dicha será buena,
que así lo fía la Virgen María,
ella será la que rompa cadena
que mi alma condena a triste miseria.
La Virgen Gloriosa jamás olvida
a quienes por ella dieron su vida.
Mas Esteban, que gran pecador era,
al escuchar el nombre de María,
recordó lo que su madre dijera
sobre la fe sencilla de María,
que por nosotros siempre intercediera
en nuestras penurias de cada día.
Santa Madre de Dios ruega por nos
y de los males del infierno líbranos.
Siempre a la Virgen hubo respetado
en todas las fiestas del calendario;
solo por ella las había honrado
rezando con devoción su breviario
y dando limosna al desamparado.
Bien merecía pena el presidiario
mas su amor a la Virgen era tanto
que protección pidió bajo su manto.
La Virgen, más gloriosa que una estrella,
se compadeció de este pecador,
y con gran ruego fue ante Dios con ella
para pedir por su hermano el honor
de interceder por él en la querella,
para que se hagan misas con amor
que por nuestro Señor la devoción
libera el alma de condenación.
Dios accedió así a lo solicitado,
concediendo un plazo de treinta días
para que cumpliese con lo mandado,
y empleando buenas artes y maestrías
le hiciesen misas a Pedro, el honrado,
y al cielo fuese con mil alegrías.
Que nada nos importan los pecados,
si el pecador de ellos se ha enmendado.
Lorenzo y Agueda eran despechados
mas la Virgen la salvación tenía
y al ver al pecador, de sus pecados
arrepentido a los pies de María,
piedad hallaron y fueron calmados
por la gran bondad que el cielo ofrecía.
Que el perdón viene de Nuestro Señor,
pura esencia de cristalino amor.
Así habló la Madre del Creador:
–
Esteban
un consejo voy a dar
dale gracias a Dios, el buen Señor,
es un consejo que debes tomar,
el milagro no puede ser mayor,
te mando cada día recitar
una sencilla y muy dulce oración
que te llene de pura devoción.
Si cada mañana un salmo rezares,
tu alma herida sus manchas lavarás
y cuando tus errores enmendares
junto a tu hermano el cielo alcanzarás.
Cuida del pobre y no lo desampares
que solo en él la verdad hallarás.
En cada hombre triste y desamparado
hallarás a Cristo crucificado.
Resucitó Esteban, agradó a Cristo,
y al Santo Padre fue presto llevado.
Le contó todo lo que había visto
y como del infierno fue librado.
Y dando mayor gloria a Jesucristo
mostró el brazo por Lorenzo apretado
solicitando misa cada día
que así lo pedía Santa María.
A continuación se trasladó al roble
donde su hermano un tesoro guardaba
y repartiendo a los pobres dio el doble
de lo que cada uno necesitaba
Demostrando tener alma de noble
corrigió cuantos males recordaba,
que el tiempo pasa demasiado rápido
y lo importante es bien haber vivido.
Ya terminada la última semana,
el treinteno día hizo confesión,
después de orar como cada mañana
el Avemaría con devoción,
se despidió de la gente romana
que en él veía una gran conversión.
Esteban quedó tendido en la cama
y con gran calma entregó a Dios el alma.
Miguel Navarro.
Poema inspirado en "Los dos hermanos" de Gonzalo de Berceo
Octava
real: También llamada octava rima, es una
composición poética de ocho versos endecasílabos, de rima consonante, los dos
últimos constituyen un pareado final de rima distinta con el siguiente esquema
métrico ABABABCC.
Fue popularizada por Giovanni Boccaccio
a través de su obra “Teseida delle nozze di Emilia”, aunque en Italia ya se la
conocía como «strambotto toscano».
Al principio se utilizó con fines
líricos, se constituyó en vehículo ideal y exclusivo para largos poemas
narrativos de épica culta desde que los grandes escritores épicos del
Renacimiento italiano lo utilizaran en sus obras. Este uso sería imitado en
español por Alonso de Ercilla en La Araucana.
La
furia del herirse y golpearse,
andaba
igual, y en duda la fortuna
sin
muestra ni señal de declararse
mínima
de ventaja en parte alguna;
ya
parecían aquellos mejorarse;
ya
ganaban aquestos la laguna;
y la
sangre de todos derramada
tornaba
el agua turbia, colorada.
(Alonso
de Ercilla, “La Araucana”)
Aquella
voluntad honesta y pura,
ilustre
y hermosísima María,
que en
mí de celebrar tu hermosura,
tu
ingenio y tu valor estar solía,
a
despecho y pesar de la ventura
que
por otro camino me desvía,
está y
estará en mí tanto clavada,
cuando
del cuerpo el alma acompañada.
(Garcilaso
de la Vega, “Égloga III”)
Dicha
es soñar cuando despierto sueña
el
corazón del hombre su esperanza,
su
mente halaga la ilusión risueña,
y el
bien presente al venidero alcanza;
y tras
la aérea y luminosa enseña
del
entusiasmo, el ánimo se lanza
bajo
un cielo de luz y de colores,
campos
pintando de fragantes flores.
(José
de Espronceda, “Canto I”)